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martes, 24 de diciembre de 2013

Los colmillos de Alaska

Llegó el momento. Martin y yo fuimos a por la moto al desastroso y caro taller Kawasaki de Anchorage. Después de mi razonable enfado, Ken o Kenny, me pidió una foto con él. No tengo estudios universitarios pero creo que sí educación. Accedí.

El plan era el siguiente: Martins me acompañaría hasta la salida de la ciudad y así comprobaríamos como era mi manejo de la moto sobre hielo y nieve, la eficacia de las ruedas y el resto de los componentes. Estaba nervioso, respetuoso. Me monté en la moto y lo primero que noté fue la incomodidad de unas duras botas que impedían el tacto con el cambio. Las bolsas que aíslan del viento en los puños de Chilitrini, lo habían colocado de manera que no podía acceder con facilidad, con mis pulgares a los intermitentes, al interruptor de los nuevos faros ni tampoco podía accionar la palanca para poner la moto en posición de arranque ni al botón que la acciona. Un desastre pero no tenía ganas de mirar atrás ni de volver a hablar con ese mecánico, que pienso que no es mala persona, pero si un horrendo profesional. Abrí un poco de gas y solté poco a poco el embrague. La moto comenzó a rodar lentamente a la vez que notaba como esta bailaba levemente. Sólo podía oír mi respiración dentro de la mascara del casco. ¡Puedes hacerlo! Me dije una y otra vez. Entramos en la carretera y la nieve se agolpaba a los laterales de la vía, creando en los cruces medianas de sucia nieve. La moto en aquellos cambios de carril se desliza con facilidad. ¡No tengas miedo! Sonaba en el interior del casco. La gente miraba incrédula a lo que confirmaban sus ojos y al ver que sacaban sus teléfonos para hacer foto, fui consciente de que lo que iba a intentar no era normal y sí algo excepcional para los habitantes de Anchorage.

Entramos en la autovía y esta se mostraba limpia y negra a diferencia de la carretera de la ciudad. Sonreí. Me emocioné. Sentí que aunque aún quedaba muchísimo por delante, aquello era factible a medida que subía la velocidad de la moto y el control de ella era maravilloso. Tengo que reconocer que lloré como un niño debido a la emoción de hacer lo más difícil... empezar. Hicimos varios kilometros en los que me atreví a poner la moto a unos 100 km/h, que no sería la velocidad de crucero, pero había que probarlo todo. Me percaté de una cosa, habían pasado ya varios kilómetros y el traje no se había calentado como me había explicado que lo haría. La temperatura no era muy extrema, unos 8 Cº y con un traje de trabajadores, que aunque esté caducado, se supone que soporta los -50 Cº lo podía soportar.

Martin, cerca de Eagle River busco el cartel que ponía "Exit" y le hizo caso. Yo fui detrás. Había unos 10 cm de nieve y aquél sería mi peor enemigo en el viaje, superando al hielo. Tuve que ir muy despacio para no ir al suelo. Bajamos de nuestros vehículos y le comenté mis primeras impresiones... una de ellas, el traje no estaba funcionando, por lo demás genial. Le expliqué mi idea de intentar llegar a Fairbanks (580km) ese mismo día, aunque había anunciado una tormenta de nieve y en aproximadamente un par de horas ya se hacía de noche. Las temperaturas que miré en Fairbanks no llegarían a -20 Cº

 

Nos despedimos con un abrazo y me dio una bolsa con galletas acompañadas de dos botellas de agua. Y ahora... Sólo tenía que sentirme libre.

Todo estaba blanco y la carretera en perfectas condiciones. Desde los otros vehiculos seguían tirando fotos y la confianza de un manejo cómodo me permitía en ocasiones hacer una "V" con mis dedos para que tuviesen una buena foto.

Feliz y contento llegué a Wasilla, donde paré a llenar el tanque y ponerle pilas al localizador satelital. Definitivamente el traje no calentaba y el cargador de mechero que me habían instalado escupía el GPS que uso solo para orientarme. Para rematar la faena, el cuenta kilómetros que me habían arreglado, supuestamente nueva la pieza que va a la rueda, se volvió loco quedándose al máximo y posteriormente partiendo la aguja del artilugio. Pensé en volverme y volver al taller después de unos 120 kilómetros... pero no tenía ganas de volver a verle la cara al mecánico del taller.

Continué. Ya era de noche y comenzó a nevar. La carretera negra se convirtió en un infinito paso de cebra por el paso de los vehículos. Yo por lo negro. El casco comenzó a empañarse por la parte izquierda y se congeló viéndome obligado a conducir con la cabeza girada y utilizando principalmente mi ojo derecho. En medio de la nada, una tienda de motos de nieve a la izquierda y decidí parar. Clientes y propietario no daban crédito. Nos hicimos fotos, compre una toallita anti humedad y continué dirección norte. Mas nieve, demasiada nieve y menos tránsito. Ya no había un paso de peatones infinito y de vez en cuando, cuando pasaba un coche de cara, alumbraba una capa de nieve de unos 5 cm, lo justo para mandar mis huesos sin protección, ya que no tengo, al duro asfalto.

 

No sé si lo peor era el suelo o lo que me mareaba todos esos copos de nieves atacando mi casco. El efecto en la oscuridad era el mismo que en las películas de naves espaciales, cuando la ponen a toda potencia y las estrellas se hacen lineas. Así kilómetros tras kilómetros, vigilando el asfalto y sin saber a que velocidad iba. De pronto una gasolinera. Talkeetna se llamaba el pueblo. Reduje la velocidad para acceder a ella, pero no lo suficiente. Perdí el control de la moto, una Pick Up me enfilaba mientras la parte trasera de mi moto parecía querer adelantarme. Ya estaba en el suelo, con todo el peso sobre mi hombro derecho. No iba muy rápido pero me deslicé varios metros con gran facilidad, con la suerte de no dar con la camioneta. El tipo bajó la ventanilla y mientras me incorporaba me preguntó ¿Que estás haciendo "man"? a lo que respondí sonriendo... -Aparcando con estilo. Lo curioso es que se rió y continuó su camino si ayudarme a levantar la moto. Otro coche que venía, se detuvo y me ayudó. No podía con ella... quizás por el frío, o el cansancio. Me monté en ella y llegué al surtidor. Miré los desperfectos tras la caída y eran varios. El cargador del mechero roto, el soporte del GPS también y el puño derecho roto. La chica de la gasolinera me aconsejó que parara en el siguiente pueblo que se llamaba Trapper Creek, y que durmiese allí en algún hostal, pero no tenía dinero para lujos y para llegar a Fairbanks quedaban unos 340 km, se que eran muchos, pero más era la ilusión.

 

El Frío me abrazó como lo hace una persona a la que no deseas. La temperatura bajó demasiado y la nieve se hacía más y más intensa acompañada por un viento racheado. No tengo pantalla quita viento porque se rompió y no pude comprar otra por culpa de dinero. Tenía que ponerme de pie en la moto para poder controlarla. Ni idea la velocidad, quizás a unos 70 km/h. Los dolores de la caída empezaron a aparecer y ni mi cuello, ni mi hombro incluyendo el tobillo, no iban nada bien. Era consciente que los siguientes 200 km serían de bosque, sin gasolineras ni pueblos y si pasaba algo, podría ser la sentencia.

Vi un coche a la derecha y decidí parar para ver si todo iba bien. Solo estaban descansando. No paré la moto y la imagen era desoladora. Mi moto se iba cubriendo de nieve a la velocidad del rayo y cuando intenté quitarme la parte frontal de casco, me percaté que mi perilla estaba congelada y pegada a el, creando un dolor desagradable y desgarrador. Los chicos estaban bien y directamente continuaron. El viento soplaba con fuerza, saqué mi cámara y comencé a grabar la situación. Sinceramente no tenía miedo pero aquella sensación de soledad en semejante escenario me hizo recapacitar y tomarme aquello con seriedad. Me monté en la moto y seguí conduciendo. De nuevo lloré. De dolor. Quizás de pasión e ilusión. ¡Fernando, Puedes! Grité. Le grité. Le grité a la naturaleza y a mis fantasmas. Estaba avanzando porque decidí empezarlo. Estaba ahí en medio de la nada, en una carretera en la que solo podía ver la nieve atacarme pero yo quería ser más fuerte que ella. Me habían dicho que era imposible hacer unos 600 km en estas condiciones y me negaba a oír un "te lo dije" o un "Lo sabía". No soy más que nadie, solo intento que los demás sepan que si lo intentas puedes con ello.

 

Llegué, después de 200 km, a la gasolinera donde se encuentra el cruce de la autovía Denali. Paré la moto y bajarme de la moto fue una odisea. No me sentía los pies y el dolor de mi cuerpo era intenso. Entré en la gasolinera, cogí comida y me quité las botas. El dolor de los dedos era insoportable. Pagué la gasolina y me coloqué todo. Cuando le di al encendido... la moto no arrancaba. No me lo podía creer. No tenía batería. Me había gastado una fortuna en una batería y un alternador para que esto no ocurriera. Me cuadró en una gasolinera como podría haberme cuadrado en medio de la nada. Los chicos de la gasolinera salieron y me ayudaron a empujar la moto y esta arrancó. No la volví a parar. Hice los otros kms que quedaban sin parar la moto aunque si paré en un bar a donde me dieron café caliente, unos plantillas para las botas que se calientan solas y agua.

El clima se volvió aún mas frío entre las montañas. Pero no paré hasta llegar a Ester, donde vive Jason, mi amigo.

Fueron 16 horas en total donde Alaska me enseño sus colmillos blancos. Llegué muy cansado, pero llegué. Ahora toca arreglar la moto y decidir a donde iré finalmente, si dirección a New York o Prudhoe Bay, aunque esta última opción y como están las cosas... sería una locura.

 

 

2 comentarios:

  1. Bufalo, te sigo desde que apareciste en el podcast de Roberto y no he podido parar de ver todos tus vídeos y leer todo lo que escribes. Eres un tío grande, un aventurero auténtico, que con cuatro duros has demostrado lo inimaginable. Demuestras que para viajar solo necesitas ganas y una moto, ni GS ni la cartera llena.
    La gente confunde retirada con fracaso, y no tiene por qué ser así. No siempre conseguir el objetivo es el éxito y por muy difícil que sea retirarse, puede ser el principio de otra aventura mucho mejor. Las estás pasando canutas en Alaska, no tienes nada que demostrar, vente ya y deja de pasarlo mal.
    Ánimo y suerte con la moto!

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    1. Un millón de gracias Jaime por tus palabras. Ahora mismo si que estoy pasándolo mal, lo que me Jode es que es por culpa del taller. Me siento robado y estafado y. En un viaje con este mínimo presupuesto es una jarra de agua fría. La moto no va. A mi, sinceramente aunque me queda un poco de energía para afrontar esto. Como bien dices no tengo que demostrarle nada a nadie... Sólo a mi. Y creo que aún puedo con esto. Es es un día clave. O compro un vuelo y mañana estoy en España o lo invierto en continuar. Ya veré que decido finalmente. Muchísimas gracias y espero que disfrutes

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